¿Cómo es posible que lo imposible no sea posible?

Ayer me preguntaba si sería posible saltar de la punta encarnada de la vieja gorda con la que me tropecé al intentar amarrarme a las ruinas del pabellón de fusilamiento que quedaba detrás del motel.

La respuesta era incorrecta porque intentar hacer de los insólitos pensamientos que se derraman por los bordes de la almohada, acciones repetidas en un radio de cinco kilómetros de espesor, sería la fórmula inadecuada para resultar girando bajo un propio eje.

Ahora bien, delimitar los circuitos de la abominable caridad dedicada a la ignorancia, es una tarea que podría llegar a realizarse siempre y cuando se tenga en cuenta que todo eso que se queda atrapado entre la carne blanda y estupefacta de los pelos del sifón, no se mezcle de manera directa con los vapores recortados por la grasa y el jabón.

A simple vista es difícil entenderlo pero a medida que los efectos van desapareciendo el panorama se enfoca con una inocua dosis de dolor.

Si todo esto lo ponemos en cuestión concluiríamos que las escurridas tabulaciones numéricas no surtieron efecto alguno ante la placentera desazón de perderse en el fondo de la razón.

Por lo tanto si la calma despreocupada es la que se apodera de los filamentos superficiales y logra cubrir la corteza cerebral, será necesario desmontar la enredadera amarilla y roja que se mete por las molduras de los trozos de cuero cabelludo esparcidos bajo la tierra.

Escritura autómata

Bogotá Colombia, marzo de 2009